30 ene 2011

Capitulo I

Eran ya las tres de la mañana y yo todavía no llegaba a casa; caminando rápidamente y sin mirar a los alrededores atravesé la primera cuadra obscura que se me atravesó por el camino.
Había algo en mi vestimenta que no cuadraba, llevaba puesto un suéter de color azul cielo y unos vaqueros  deslavados… yo no tenía ropa como esa, era bonita, pero no recuerdo haberlos notado en mi closet o haberlos comprado.
Mis pensamientos se entretuvieron y casi ni note que acababa de equivocarme de camino. Me detuve en seco —Me parto… — dije a lo bajito y me mordí el labio inferior. Cuando trate de darme vuelta y regresar a mi camino original algo llamó i atención; algo que hubiera preferido no ver.
A unos cuantos metros de mi; debajo de la luz de un farol, un niño de estatura baja; cabellos rizados y negros; vestimenta un poco antigua, parecía sacada de los años 70’s; me observaba lunáticamente, mirándome a los ojos.
De mis labios salió un pequeño sollozo y casi por instinto me lleve las manos al vientre.
El niño se acercaba a donde yo estaba parada; tenía unas ganas enormes de echarme a correr, pero mi maldito cerebro —Lo llamaré Pedrito ya que parecemos personas distintas — no ando señales a mis pies, dejándome como una estúpida estatua de mármol, helada por el miedo.
Los pequeños zapatitos de charol rechinaban a cada paso que el niño daba; jamás había sentido pavor por unos zapatitos.
A medio metro de distancia, el niño dejo de moverse; su pequeña cabeza se inclino a la derecha y siguió la tarea de acosarme con la mirada.
—Tus ojos… son violetas — dijo juguetonamente. La carrera de acercarse a mi continuó, pero esta vez mis pies actuaron por instinto y se anduvieron a la carrera.
Comencé a correr; algo que siempre odie de mi, fueron mis estúpidos y torpes pies.
Al poco rato me cansé, incline mi cuerpo un poco para tomar una bocanada de aire y continuar la carrera, pero algo me jaló tan fuertemente que me tumbo dos metros hasta el asfalto, fue entonces cuando observe sus ojos color amatista; peligrosos y lunáticos.
— ¡No! — chille mientras luchaba con aquel monstruo. Aquello era el niño, pero con forma distinta; más grande y con ojos de diferente color; era un hombre.
El monstruo se tiro sobre mí, y yo continúe chillando, sus garras atravesaron la piel de mi dorso y brazos dejando caer grandes cantidades de sangre; la sangre ardía como ácido y el monstruo continuaba atacándome con sus garras.
—¡¡Esther!! — el gritó de Xavier me despertó de aquella pesadilla.
Me sentía mareada y débil; Xavier tomo mi rostro entre sus manos, con una intención de hacerme reaccionar.
— ¿Estás bien? — Me limité a negar con la cabeza — Estás sudada… todo está bien, solo fue una pesadilla — por alguna razón, las lagrimas salieron de mis ojos; en ese momento, sentí mucha vergüenza y hundí mi cara en su perfecto pecho; él jugaba con mis cabellos y esbozo una sonrisa traviesa —, eres una niña tonta.
— ¿Por qué? — mi voz sonó un poco gangosa a causa de las lagrimas.
—Si prometes dejarme dormir bien, te lo contaré en la mañana — Xavier besó mi frente y nos recostamos de nuevo. La luz de la luna que se filtraba por la ventana, iluminaba bellamente el rostro de Xavier; él era simplemente perfecto, guapo, gentil y me amaba; en ese momento sentí tantas ganas de amarlo y de sentirlo conmigo, que como una hambrienta bese sus labios dejándole a entender la necesidad de mi cuerpo, una necesidad, la cual no tuvo el menor inconveniente en sesear.
Los rayos del sol matutino, quemaban la desnuda piel de mi espalda, el despertador comenzó a sonar y no hubo otro remedio que despertar, abrí los ojos lentamente y como era de esperarse Xavier me observaba mientras dormía; allí estaba recargando su peso con el hombro y atravesándome con esa mirada tierna de sus ojos café claro.
—Más te vale tener pesadillas, más seguido —dijo con tono bromista y beso mi mejilla; de pronto se me escapo una sonrisita.
Nos volvimos a besar.
—Mejor me voy a bañar, porque no quiero perder toda la mañana — me levante de la cama en cuclillas, lista para tomar un baño.
El frío apenas y se sentía, solo faltaban unas semanas para que llegaran los suéteres y chamarras  del grueso de un oso.
El agua de la regadera, estaba fría, parecía que la mismísima agua de los polos, estaban tocando mi piel, la cual se había puesto de gallina, al estar en contacto con el agua glaciar.

1 comentario:

  1. Perdón por haber tardado tanto en publicar nuevas cosas :|

    Es que el colegio se come mi vida.

    Espero y les guste el primer capítulo de Ojos color violetas.

    ResponderEliminar

Un blog, se alimenta de tus comentarios... malos o buenos... este crece para bien, siempre para bien.